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Ángeles

Ángeles García Márquez dice: “La vida no es la que uno vivió, sino como la recuerda para contarla.”

Siempre me gustó escribir, siento que escribir es una buena manera de conservar los recuerdos de la manera más parecida a cómo sucedieron, y lo siento así porque creo que uno nunca recuerda las cosas tal cual ocurrieron, siempre hay un detalle que se nos olvida o que manipulamos de manera capciosa para que nos mejore un poco lo ocurrido, sobre todo si lo ocurrido nos hizo mal o nos lastimó. Pero pasa lo mismo con aquellas cosas que nos dan placer, en ese caso manipulamos el detalle como para que sea la frutilla de la torta.
Por eso creo que escribir lo ocurrido es como una fotografía, no con la misma definición ya que, en una fotografía no hay detalles que podamos manipular, si teníamos ojeras o estábamos despeinados no podemos hacer nada para cambiarlos. La fotografía nos inmortaliza en ese momento tal cual estábamos, en cambio lo escrito, lo podemos maquillar, adornar o modificar a gusto para que nos colme de amor, si es lo que buscamos. Claro que todo lo que modifiquemos queda por tierra si escribimos con el corazón y la sinceridad en la mano. Y eso es lo que voy a tratar de hacer...

Hace poco más de dos años que no las veo. Nunca escribí sobre ellas. Creo que si no lo hice fue porque quería que esos recuerdos se me borraran definitivamente, pero pasa el tiempo, pasan las cosas y ellas dos siguen ahí, colgadas de mi corazón con sus sonrisas y sus lágrimas cada vez más dentro de mi alma. Ellas son dos solcitos que alumbran cada una de mis mañanas, a pesar del tiempo y la distancia. La una es Romina, una princesa rubia de 10 años que por donde camine deja la huella de su prestancia, de su elegancia. La otra es Rocío, otra princesita rubia que, con sus casi 6 años a cuestas es capaz de demolerte cualquier estructura con una simple sonrisa.

Cuando en 1988 terminé con mi primera novia, no entendí muy bien por qué había sido, el caso era que se había terminado. Nos conocíamos desde hacía 6 años y habíamos vivido cosas muy fuertes, como por ejemplo el fallecimiento de nuestros padres el mismo año, 1986. Primero el de ella el 8 de febrero, más tarde el mío, y por esas cosas que Dios solo sabe por qué las hace también falleció un 8 pero de Julio, cinco meses después. Esto nos unió muchísimo.
Pero como sucede casi siempre en estos casos… después de que nos separamos en el ’88, nos distanció un largo silencio, un silencio inagotable de 11 años. Mi vida durante ese período, para ella, pasó desapercibida, ella se puso de novia, más tarde se casó y tuvo dos hijas Romina y Rocío. La vida de ella no fue tan mantenida al margen por mí, siempre busqué información, siempre quise saber cómo estaba. Me acuerdo que el día de su casamiento y por obra y gracia del destino, yo fui quien la escoltó, salí de mí casa media hora más tarde de lo previsto y sin quererlo llegué detrás suyo a la iglesia. Estaba preciosa. Más tarde me fui enterando de los nacimientos de sus hijas. Y siempre había guardado muy dentro de mí, el sueño de aunque más no sea… conocerlas. Eran sus hijas y tenía muchas ganas de ver si se le parecían, de ver si tenían sus gestos, su sonrisa. Era un deseo muy grande el que tenía.
Alguien dijo por ahí: “Hay que tener cuidado con lo que se desea porque se puede cumplir”
Y otra vez apareció él. El Destino. Tuve la oportunidad de conocerlas, pero fue un precio muy caro el que se pagó por ello, si sabía que el precio era ese no las hubiera querido conocer jamás. En marzo de 1999 cuando Romi estaba por cumplir 5 años y Roci tenía apenas 10 meses de vida… Dios se llevó al papá, lo mismo que había pasado con nosotros les pasaba a ellas. A veces… cuando me pongo mal por no tener al mío y me enojo por ni siquiera haber tenido la posibilidad de pelarme con él.… pienso en ellas y entonces me doy cuenta que al lado suyo soy muy chiquito, que son mucho más grande que yo, que mi dolor al lado de el de ellas no tiene punto de comparación, yo al menos tuve la posibilidad de conocerlo.
En agosto de ese mismo año tuve la oportunidad de conocerlas, yo venía de una etapa más que oscura en mi vida de la cual pretendía salir y ellas con toda su mochila cargada de dolor, de muerte y desesperación, paradójicamente, me inyectaron vida. Me bastaba con ver a Rocío sentada en su sillita estirarme los bracitos cuando llegaba para sentirme realmente vivo, completamente feliz. Tengo guardada en mi memoria el fin del año 1999 y comienzos del 2000 como las mejores fiestas de mi vida, las había pasado junto a ellas. Daría la mitad de mi vida por ver otra vez la carita de felicidad de Romi cuando le regalamos su primera cartuchera para el colegio y vio que tenía a Barbie.
Ellas me enseñaron a ser algo que siempre había querido ser y no lo había logrado, de echo hoy, en el 2004, no lo soy y es a ser un poco papá. No puedo sacarme de la cabeza la vocecita de Romi un sábado de 2000, cuando, juntando toda su vergüenza se me acercó y me dijo al oído: “Fer... te puedo decir PAPI.” Fue lo más fuerte que me pasó en la vida, hoy 4 años más tarde al recordarlo, no puedo evitar emocionarme y que se me llenen los ojos de lágrimas. Para mí (que en algún momento había soñado con conocerlas) que Romi en ese momento me eligiera como su papá sabiendo que el padre no estaba y que no iba a estar y habiendo tíos y primos que podrían haber ocupado ese lugar con mucho más criterio e idoneidad que yo, fue el golpe más duro y más dulce que hubiera recibido jamás. Dudo mucho de poder sentir un honor tan grande en todo lo que me quede de vida. Hoy a dos años de no verlas puedo decir con toda certeza que si me hubieran dado a elegir entre conservarlas a ellas o intentar tener mis hijos, no hubiera dudado... me hubiera quedado con ellas.
Hay sensaciones que no se me van, como por ejemplo sus bracitos rodeándome el cuello en un abrazo y besándome en la mejilla. La veo a Romi venir corriendo a saludarme cuando llegaba, la veo a Rocío tirada en el piso haciendo glúteos y abdominales como buena hija de una profesora de gimnasia. Siento las risas de Rocío corriendo detrás mío cuando nos escapábamos de la aspiradora mientras la madre limpiaba la alfombra.
El 20 de mayo es mi 34º cumpleaños, desde los 16 que no lo festejo, a excepción de esos 2 años 2000 y 2001, que los festejé con ellas. Romina cumplió años el 12 de Abril y Rocío cumple años el 1º de mayo (taurina como yo). Y pagaría lo que sea por compartir con ellas aunque más no sea un rato.
No sé muy bien por qué estoy escribiendo todo esto ahora, no sé que nos tendrá preparado el destino, pero yo hace más o menos 15 días que vengo soñando todas las noches con ellas, creo que ese es el motivo por el cual escribo. Durante todo este tiempo sentí terror de cruzármelas por la calle (al fin y al cabo somos del mismo barrio), creo que el hecho de verlas más grandes de lo que mi memoria es capaz de recordar me hubiera hecho sentir decepción por perderme la oportunidad de verlas crecer. Pero eso pasó y no fue tan grave, las vi de lejos y las miré, la vi a Rocío con su trenza larga por la mitad de la espalda y no lo pude creer. Pero no fue decepción lo que sentí sino felicidad por verlas preciosas y bien, claro que me hubiera gustado correr a abrazarlas, pero me pareció que así estaba mejor.
Si tuviera la posibilidad de hablar con ellas una de las cosas que les diría es: GRACIAS por darme vida, por ayudarme a crecer, por regalarme en algún momento sus abrazos, sus risas y sus lágrimas. A Ana (la madre) le diría exactamente lo mismo: GRACIAS por haberlas compartido conmigo aunque más no sea por un tiempo. Me encantaría que supieran que si bien no estoy, jamás me fui, que sigo pendiente. Y que si me necesitan soy incondicional.

Hay mil recuerdos más, pero no quiero aburrir, creo que la esencia está más que clara, quería compartir con la gente que quiero algo más de mí. Creo que las historias verdaderamente grandes y que nos llenaron de orgullo, placer y que aun nos emocionan; tenemos que compartirlas con la gente a la que queremos. Y eso es lo que busco con esto que escribo.

Hace poco más de dos años que no las veo. Nunca escribí sobre ellas. Creo que si no lo hice fue porque quería que esos recuerdos se me borraran definitivamente, pero pasa el tiempo, pasan las cosas y ellas dos siguen ahí, colgadas de mi corazón con sus sonrisas y sus lágrimas cada vez más dentro de mi alma. Ellas son dos solcitos que alumbran cada una de mis mañanas, a pesar del tiempo y la distancia. La una es Romina, una princesa rubia de 10 años que por donde camine deja la huella de su prestancia, de su elegancia. La otra es Rocío, otra princesita rubia que, con sus casi 6 años a cuestas es capaz de demolerte cualquier estructura con una simple sonrisa.

4 comentarios

Figuratively (Escalofrío 29/03/05) -

Sigo aqui no te he perdido la pista ...esto esta súper mi niño me hizo llorar y todo sabes escribir te hace soltar esos recuerdos reprimidos por eso escribe que eres bueno haciendolo y aunque no he compartido las birritas contigo puedes asegurar que mi abrazo es tan sincero como el de el otro comentario un besote venezolanito

Dominichi (Escalofrío 16/02/05) -

Sabiendote lo sincero que sos y habiendo compartido más de una birra, solo puedo decirte que no estás solo a la hora de hablarlo en lugar de escribirlo. Suerte y un gran abrazo!!!

sandra mariana -

verdaderamente esta muy bueno ,se nota q hablas con el corazon, verdaderamente Dios te tiene q premiar el resto de tu vida,tus palabras son capaces de quebrar hasta el corazon mas duro.sandy.

Graciela -

Nunca se te pueden borrar esos dos hermosos seres que te dieron tanto amor,el amor nunca se olvida. Ojala siempre las recuerdes como seguro ellas a vos, o al personaje principal de este relato. El amor y la mirada conviven gracias a Dios en nuestros corazones.